viernes, 7 de marzo de 2014

Biografía Del Ministerio Del Profeta Del Tiempo Del Fin ( Parte 3).


William Branham Un Hombre Enviado De Dios.


Capítulo 1  Un Reto Extraño.


Las puertas del gran auditorio municipal en la ciudad de Portland, Oregon, fueron abiertas temprano aquella tarde en noviembre del año 1947. Para las seis de la tarde, ya muchas personas llevaban bastante tiempo de pie en la línea, esperando la oportunidad de entrar y asegurar un buen puesto. Cuando el conserje, en el momento designado, hizo su recorrido para abrir las puertas, quedó algo desconcertado al encontrar semejante multitud esperándole. Era un poco extraño, observó él, pues no se había hecho ninguna propaganda extraordinaria, y los servicios religiosos, aun con extensa publicidad, a lo mejor de su memoria, rara vez atraían suficiente gente como para llenar una porción del auditorio.



El conserje también pudo notar que la gente no seguía la costumbre tan común en los servicios de las iglesias, de llenar el centro y las hileras de atrás primero, sino que más bien se apresuraron hasta adelante para tomar los asientos más cercanos al frente. Pero rápidamente éstos fueron ocupados, y también los de atrás y hasta los balcones fueron ocupados. De nuevo el conserje tenía razón para tomar nota, pues los bomberos asignados a la rutina diaria de cerciorarse que las ordenanzas de la ciudad se obedecieran, tratándose de la seguridad del público, le enviaron a decir que el edificio estaba con el cupo y que inmediatamente él debía cerrar las puertas y ver que nadie más entrara.
Quizás existía más de una característica inusual con esta reunión. Ministros de entre los rangos de muchas denominaciones ocupaban una gran sección de asientos en la plataforma. Si todos los que estaban en el auditorio fueren contados, sin duda que hubiera estado por los cientos. Que ministros locales y ajenos a la localidad se hayan reunido en un servicio de avivamiento era un suceso extraño en la ciudad, y sin duda que nunca antes había sido presenciado en semejante escala.
¿Cuál era la atracción que había promovido a congregarse esta gran concurrencia de personas? No eran los cantos ni la música especial. Aunque ambos eran excelentes e inspirantes, no obstante fue evidente que la gente esperaba con impaciencia restringida hasta que se concluyeran los preliminares en anticipación a lo que habría de seguir.El motivo de esta gran reunión puede decirse en pocas palabras. Se había comentado por toda la ciudad que un hombre por el nombre de William Branham venía para la ciudad y hablaría en el Auditorio Municipal. Acerca de este hombre, se decía que un Angel le había aparecido en una visitación especial, y dones de sanidad se estaban manifestando en su ministerio. Pues, ya que lo crean o no, pese a la moda de pensamiento materialista que ha abarcado totalmente el razonamiento intelectual y las escuelas de aprendizaje de nuestro día, es evidente que muy profundamente en el corazón del ser humano, existe y siempre existirá un anhelo por la manifestación del poder de lo sobrenatural. El hombre vive una vida frágil y fugaz, en un mundo marcado por todas partes con decadencia, desintegración y muerte. Teología modernista y materialista, que no tiene nada para ofrecer al hombre al momento después de su muerte, no pueden satisfacer el anhelo esencial en el alma humana de sobrevivir. En un mundo confuso por las miles de voces en conflicto, cada una reclamando autoridad y deseando reconocimiento, no es anormal que el hombre anhele por alguna manifestación visible del poder de Dios para confirmar y atestiguar la autenticidad del mensaje de aquellos que hablan. Jesús no negó esta necesidad fundamental y deseo del alma humana, pues El declaró:...“Yo soy el Hijo de Dios. Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis. Mas si las hago, aunque no me creáis a mí, creed las obras, para que conozcáis y creáis que el Padre está en mí, y yo en El”. (San Juan 10:36-38.)
Los servicios de las primeras dos noches despertaron un gran interés; y ahora en la tercera noche el edificio estaba lleno de personas esperando que el orador apareciera. El escritor, el cual dirigía esta breve campaña, en preparación para entregarle el servicio al evangelista, le pidió a la gente ponerse de pie y cantar el coro: “Sólo creed, sólo creed, todo es posible, sólo creed”. A medida que la gran congregación cantaba, un hombre bajito en estatura, de modesta conducta y con una sonrisa amigable entró, luego vino y se paró detrás del púlpito. Los cantos cesaron, y un silencio posó sobre la audiencia mientras escuchaban intensamente cuando él comenzó a hablar. A medida que él procedía, fue aparente que los oyentes fueron impresionados por la gracia del orador como también por su evidente sinceridad y humildad. El evangelista, escogiendo el pensamiento acerca de la fe, inspirado por el coro, que se había cantado, comenzó con el tema de su mensaje. “Sí”, dijo él, “todo es posible para el que cree. No existe nada que pueda permanecer ante la fe en Dios, y si las personas aquí esta noche le creen a Dios juntamente conmigo, veremos que Dios honrará esa fe y la confirmará ante los ojos de toda esta congregación”.
Mientras la audiencia escuchaba con embelesada atención la pequeña figura sobre la plataforma, quizá sólo uno anticipaba el sorprendente drama que estaba a punto de desarrollarse. Por cierto el director no tenía tal intuición, y la interrupción a punto de ocurrir no podría haber sido más inoportuna. Puesto que repentinamente nuestra atención fue dirigida a un hombre bien atrás en el edificio, que daba pasos apresurados, aparentemente en dirección a la plataforma. Primero pensamos que alguna emergencia había surgido; quizás alguien se había desmayado o se había enfermado gravemente allí en el auditorio. Pero al acercarse, observamos sin lugar a duda alguna, que su semblante portaba un gesto de una sonrisa demoníaca, como para sugerir que el hombre estaba loco, o violentamente demente, y aparentemente se había soltado de aquellos que lo tenían bajo su cuidado. Más tarde aprenderíamos lo que verdaderamente hubiese sido más perturbador de haberlo sabido en ese momento, que el hombre no estaba loco, siendo el caso que él no sabía lo que hacía, sino que más bien era un personaje notoriamente agresivo que previamente había tenido conflictos con la autoridad por perturbar y desmantelar servicios religiosos. Sentencias en la cárcel no le habían enseñado la lección, y ahora viendo esta como su oportunidad para causar una gran conmoción y de nuevo desmantelar un servicio, con ese propósito venía hacia adelante.
Por los escalones subió sin pausar. El ahora se encontraba sobre la plataforma, asumiendo una actitud amenazadora que para este momento atraía la atención de toda la congregación. Dos policías corpulentos, uno a cada lado de la plataforma, enterándose de la distracción, estaban a punto de pasar y echar mano del siniestro, pero vimos que esto resultaría en un forcejeo y la emoción creada muy bien pudiera arruinar el servicio. Es más, el evangelista se había puesto él mismo en la línea de fuego al decir que todo era posible para el que cree, y que Dios siempre respaldaría Sus siervos que pusieran la confianza en El. Ciertamente la reunión había alcanzado tan alto estado de expectativa, que confiar en los oficiales de la ley, aunque de pronto era completamente justificado para esa situación presente, parecía no ser el orden Divino. Nosotros no sabíamos qué más hacer sino hacer gesto a los oficiales que se quedaran quietos, y llamar la atención al evangelista de lo que estaba aconteciendo. Pero él mismo ya estaba consciente que algo andaba mal. Hablando tranquilamente a la audiencia y pidiendo que en silencio la gente se uniera a él en oración, él se dio la vuelta para hacerle frente al extraño reto de este antagonista maligno.

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