sábado, 15 de marzo de 2014

El Ministerio Profético Más Grande Del Tiempo Del Fin. (Parte 4).


William Branham Un Hombre Enviado De Dios





Capítulo 2  Un Peculiar Nacimiento y Niñez








Era el amanecer de una hermosa mañana en abril del año 1909 en las colinas del estado de Kentucky, no muy lejos del lugar donde Abraham Lincoln había nacido casi cien años antes. En una humilde cabaña la luz entraba por la ventana, iluminando una pequeña cama rústica, cuando se oyó la voz de un bebé. Dos manitos de un bebé de cinco libras rozaban la mejilla de su madre de quince años. Parado cerca de la cama estaba el padre joven, Charles Branham, con sus brazos cruzados por dentro de su nuevo pantalón pechero, un poco mejor vestido (para la gente de montaña) en esta ocasión especial. A medida que el día amanecía, los pájaros habían comenzado ya con sus cantos, y le parecía al padre que la estrella de la mañana daba una luz más brillante. El pequeño nuevamente lloró a medida que su manito rozaba sobre el rostro de su madre.
“Le pondremos el nombre de William”, dijo el padre, mirando alegremente a su hijo recién nacido. “Eso estará muy bien”, dijo la madre, “porque entonces irá por el nombre de Billy”. Poco sabía la madre que las manitas de este pequeño bebé, que tocaban sus mejillas serían usadas por el todopoderoso Dios para liberar a Su pueblo de enfermedad y esclavitud. Nadie en esa región del país hubiera pensado que este humilde bebé montañés llevaría el mensaje del Evangelio por todo el mundo. De toda la gente de esa región, la familia Branham era la más pobre entre los pobres. No obstante, ¡Dios hace cosas grandes e incomprensibles! ¿Cómo lo hubieran creído estas personas, de haberles dicho alguien que Dios, por medio de esas manos, algún día causaría huir a demonios, a ciegos ver, a sordos oír, cáncer desaparecer, y a miles y miles caer postrados en altares con llanto de arrepentimiento? Ni tampoco hubieren creído que aviones cruzarían el continente a alta velocidad trayéndole los enfermos; o que trenes y buses cargados de enfermos serían traídos a él para liberación. Que vendrían del oriente y del occidente, del norte y del sur, para oírlo contar la historia de Jesucristo, el Salvador en su manera sencilla y humilde.
A medida que los vecinos se reunían para ver el recién nacido, parecía haber, o así es contado, un extraño sentir de asombro en la habitación. ¿Quién puede decir que no era la presencia del Angel, el cual, bajo dirección de Dios, ha guiado a William Branham en muchos de los eventos de su vida, y que más adelante le hablaría en persona?Fue apenas dos semanas después que el padre y la madre llevaron su bebé hasta el arroyo, un lugar llamado la Estrella Solitaria, una pequeña iglesia bautista a lo antiguo, fabricada de troncos y techo de tablillas de madera, con piso de tierra y asientos de tabla colocadas sobre troncos de madera. ¡Era la primera visita del pequeño William Branham a una iglesia!

HIJO Y MADRE AFORTUNADAMENTE ESCAPAN A LA MUERTE




 Siendo que el padre era un leñador, le era necesario estar lejos del hogar una gran parte del tiempo, especialmente en los meses de otoño e invierno cuando el clima era malo para viajar. Durante estos tiempos madre e hijo se quedaban solos. Fue en una de estas ocasiones que las circunstancias conspiraron para por poco quitarle la vida a madre e hijo.Sucede que para este tiempo cuando el bebé ya tenía cerca de los seis meses de edad, y el padre estaba fuera del hogar, llegó una terrible tormenta, y la región quedó atrapada por completo en la nieve por varios días. Había poco de comer en la cabaña y muy pronto a la madre se le acabó tanto la leña como la comida. Ella se envolvió los pies en costales, salió al bosque, y cortó pequeñas ramas, arrastrándolas a la cabaña, procurando mantener vivo el fuego. Por fin se le agotaron las fuerzas y tuvo que rendirse. Sin comida ni lumbre, la madre tomó las envolturas de la cama, se envolvió ella misma con el bebé en la cama, y esperó el fin. Fue entonces que Dios envió Su Angel protector y salvó sus vidas.
Un vecino vivía a una distancia de ellos, aunque a vista de la cabaña Branham. Por alguna razón él tuvo un extraño sentir concerniente a las circunstancias en ese pequeño humilde hogar. Vez tras vez se hallaba mirando hacía allá, y cada vez inquietándose más, especialmente al no ver salir humo de la chimenea. Al haber pasado varios días, tanta fue la inquietud por dentro, de que algo marchaba mal, que determinó llevar a cabo una investigación, aunque significaba pasar con dificultad tremendos ventisqueros de nieve por una considerable distancia.
Al llegar a la puerta, sus temores fueron confirmados, pues no había respuesta de los que estaban adentro, aunque afuera las huellas mostraban que nadie había salido de allí, y la puerta estaba asegurada desde adentro. El decidió forzar su entrada en la cabaña, y al hacerlo, quedó espantado por la escena que encontró. Madre e hijo envueltos en las sabanas de la cama, próximos a la muerte a raíz del hambre y el frío. El vecino, de amable corazón, rápidamente consiguió leña e inició un ardiente fuego que pronto calentó la cabaña. Luego regresó a su propia casa para conseguirles la comida. Su obra de caridad fue llevada a cabo justo a tiempo. La madre y el niño revivieron y pronto estuvieron nuevamente camino a la salud.
No transcurrió mucho cuando la familia se movió del estado de Kentucky para Indiana, donde el padre fue a trabajar para un granjero cerca de Utica, Indiana. Luego, un año más tarde se trasladaron nuevamente, bajando más en el valle, cerca de Jeffersonville, Indiana, una ciudad de tamaño moderado, la cual vendría a ser el pueblo de William Branham.
  
EL PRIMER MENSAJE DE DIOS PARA EL MUCHACHO

 Varios años pasaron y el muchacho tenía aproximadamente siete años de edad, habiendo ingresado a una escuela de un sector rural a unas millas al norte de Jeffersonville. Fue entonces que Dios primero le habló al chico. Permitiremos que el Hermano Branham narre la historia de su peculiar visitación en sus propias palabras:
* * * * *
Yo iba por mi camino una tarde para cargar agua a la casa desde el establo, el cual quedaba como a una cuadra de distancia. A mitad del camino entre la casa y el establo había un árbol viejo, un álamo. Acababa de llegar de la escuela y los demás muchachos iban a un estanque a pescar. Lloré para que me dejaran ir pero papá dijo que tenía que cargar el agua. Yo me detuve debajo del árbol para descansar cuando de repente escuché un sonido como el viento soplando las hojas. Yo sabía que no venteaba en ningún otro lugar. Parecía ser una tarde muy tranquila. Me retiré a unos pasos del árbol y noté que en cierto lugar como del tamaño de un barril, el viento parecía estar soplando entre las hojas del árbol. Entonces de allí vino una voz diciendo: “Nunca bebas, fumes, ni deshonres tu cuerpo en ninguna manera, porque yo tengo una obra para ti cuando tengas mayor edad”.
Eso me atemorizó tanto que corrí a casa, pero en ese tiempo nunca le comenté a nadie al respecto. Llorando y corriendo hacia la casa, caí en los brazos de mi madre, la cual pensó que yo había sido picado por una víbora. Yo le dije que solamente estaba asustado, así que ella me acostó en la cama e iba a llamar al médico, creyendo que yo sufría una crisis nerviosa. Nunca más volví a pasar junto a ese árbol. Yo me desviaba por el otro lado del jardín para evitarlo. Creo que el Angel de Dios estaba en ese árbol, y años más tarde yo le conocería cara a cara y hablaría con él.A raíz de la manera extraña en que Dios lidiaba conmigo, nunca pude fumar o beber. Un día iba al río con mi papá y otro hombre. Ellos me ofrecieron un trago de whisky, y siendo que quería hallar el favor de este hombre para que él me prestara su lancha, comencé a beberme el trago. Pero tan cierto como les hablo hoy, yo oí ese sonido como de hojas siendo sopladas. Mirando alrededor, y no viendo señal alguna de viento soplando, de nuevo me puse la botella a los labios, cuando escuché el mismo sonido, pero más fuerte. El temor se apoderó de mí así como antes. Yo dejé caer la botella y salí corriendo, mientras mi propio padre me llamaba un “afeminado”. ¡Oh, cuánto me dolió eso! Mucho después fui llamado un “afeminado” por mi amiga en la juventud, al decirle que yo no fumaba. Enojado por su burla, tomé el cigarrillo y lo iba a fumar de todas maneras, cuando fui encorralado por ese sonido familiar, causándome arrojar el cigarrillo y abandonar la escena llorando por no poder ser como las demás personas, mientras las burlas del grupo sonaban en mis oídos.
Siempre existía ese sentir tan peculiar, como si alguien estuviera parado cerca de mí, procurando decirme algo, y especialmente cuando me encontraba sólo. Nadie en lo absoluto parecía comprenderme. Los muchachos con los que me asociaba no querían tener nada que ver conmigo, a raíz de que yo no fumaba ni bebía, y todas las muchachas iban a los bailes, de los cuales yo tampoco participaba; pues parecía que durante toda mi vida yo era una oveja negra sin encontrar a nadie que me comprendiera, y sin siquiera comprenderme yo mismo.

William Branham Un Hombre Enviado De Dios


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