William Branham Un Hombre Enviado De Dios
Al hacerlo, el hombre con la sonrisa maligna en el semblante, la cual lo hacía a uno recordar la horrible sonrisa que los paganos le tallan a los rostros de sus ídolos, comenzó atrevidamente a acusar y a maldecir al orador. “Ud. es del diablo y está engañando a la gente”, gritó él, “¡un impostor, una serpiente en la grama, un falso, y yo le voy a mostrar a esta gente que así es Ud.”! Era un reto audaz y todos entre la audiencia podían ver que no era una amenaza vacía. A medida que el intruso continuaba vituperando al evangelista, silbando como serpiente y escupiendo, él hizo un gesto como para llevar a cabo sus amenazas. Para la audiencia parecía ser un mal momento para la figura bajita sobre la plataforma, y la mayoría de ellos deben haber sentido lástima por él. Los oficiales intentaron acercarse nuevamente para acudir a su ayuda pero se les gestionó regresar, y ahora al rechazar su ayuda el orador había aceptado deliberadamente el reto de este antagonista maligno, cuyo tamaño y ferocidad habían convencido a la audiencia que era muy capaz de llevar a cabo sus jactancias. Sin duda, los críticos que habían entrado al auditorio de pura curiosidad, esperaban una conclusión rápida y lamentable para este inesperado drama que ahora estaba alcanzando su clímax. Realmente podían ver que no había espacio para montajes. El hombre en la plataforma tendría que obtener lo que reclamaba o si no habría que sujetarse a las consecuencias.
En el momento de suspenso que siguió, uno no podía evitar pensar de la historia del reto de la antigüedad, cuando el audaz Goliat maldijo al pequeño David en el nombre de sus dioses, y se jactó en que le desprendería extremidad por extremidad. La congregación alarmada, como lo deben haber estado las huestes de Israel en aquel entonces, observó la escena con sorpresa y asombro, difícilmente sabiendo qué cosa esperar, pero temiendo lo peor. Todos los ministros en la plataforma estudiaron la situación con mucha preocupación, sabiendo que si Dios no hacía algo muy fuera de lo común y respaldara al orador en una manera sobrenatural, el intruso maligno, el cual había desmantelado servicios religiosos en el pasado, ahora lo haría nuevamente. Algunos se perturbaron bastante porque a los policías no se les había permitido tomar las riendas en la situación y creyeron que este error en juicio daría paso a que este hombre endemoniado no solamente arruinara la reunión y de esa manera traerle reproche a la causa de Cristo, sino que podría de pronto resultar lastimado físicamente el orador.
No obstante, los segundos pasaban sin que el anticipado clímax aconteciera. De repente parecía que algo impedía que el retador llevara a cabo sus designios malignos. Por alguna razón él no estaba procediendo con la ejecución de su alarde de violencia física, sino que más bien se contentaba en renegar y escupir y vocear las más terribles amenazas. Suave pero con determinación, la voz del evangelista ahora se podía escuchar reprendiendo el poder maligno que dominaba al hombre. Sus palabras, tan suavemente habladas que sólo se podían oír a corta distancia, decían: “Satán, por cuanto has retado al siervo de Dios delante de esta gran congregación, tienes ahora que postrarte ante mí. En el Nombre de Jesucristo, caerás a mis pies”. Las palabras fueron repetidas varias veces. El retador cesó de hablar, y fue evidente ahora que era él quien laboraba bajo presión. Tan fuerte como era él y las fuerzas malignas que le controlaban, fortalecidos por todo espíritu maligno en el edificio, aparentemente y gradualmente se rendían a otro Poder que era mayor que ellos, ¡un Poder que respondía al susurrar del Nombre de Jesús! Pronto fue evidente que el hombre estaba consciente que estaba siendo vencido, pero nada que él pudiera hacer podía aparentemente darle giro a la situación. Una intensa batalla de fuerzas espirituales ahora exigía toda la fuerza que había en él. Gotas de sudor salían de su rostro a medida que él hacía el último esfuerzo para prevalecer; pero fue todo sin éxito. De repente él, que hacía unos minutos antes tan insolentemente había desafiado al hombre de Dios con sus desafiantes amenazas y acusaciones, soltó un horrible alarido y se desplomó al piso, llorando de una manera histérica. Por buen rato permaneció allí revolcándose en el polvo, mientras el evangelista calmadamente procedió con el servicio como si nada hubiere pasado.
Sin necesidad de mencionar, la gran congregación quedó en asombro por la escena que había ocurrido ante ellos, en la cual Dios tan distinguidamente vindicó a Su siervo, y en alto las alabanzas para Dios llenaron el espacioso auditorio. También los policías, inquietados por lo que habían presenciado, reconocieron abiertamente que Dios estaba en sus medios. Basta en decir que en el servicio que siguió, una oleada gloriosa fue manifiesta, la cual nunca será olvidada por aquellos que estuvieron presentes. Acontecieron muchos milagros de sanidad esa noche a medida que se le ministró a una multitud de personas en la línea de oración.
Pero ¿quién era este hombrecito que habló con tales palabras de autoridad y cuyo ministerio había sido confirmado por tan notable demostración de poder Divino? Su nombre era William Branham, de Jeffersonville, Indiana, y su ministerio tendría ecos más y más amplios al grado que para cuando salga este escrito, el efecto habrá alcanzado por todo el mundo. Muchos en la ciudad de Portland glorificaron a Dios esa noche, pues sabían que de nuevo El había visitado a Su pueblo. Muchos ministros también se dieron cuenta que Dios se había mostrado entre ellos con poder especial. Ellos creyeron que lo que habían presenciado era una señal de cosas mayores que Dios estaba a punto de hacer para Su pueblo. Para algunos, verdaderamente, sus ministerios fueron revolucionados. Entre estos se contaba un predicador joven cuya esposa había presenciado el audaz reto del hombre endemoniado. Ella persuadió a su esposo que asistiera en la última noche. Mientras estaba allí sentado y presenció el abrir de los oídos de un niño sordomudo, al grado que pudo oír y repetir las palabras, Dios le habló y dijo: “Esta es la obra para la cual también te he llamado”. Al día siguiente él entregó las responsabilidades de su iglesia a ciertos miembros de su congregación y se encerró en su habitación, determinando permanecer allí hasta tener la certeza que la voluntad de Dios le había sido revelada. De un tiempo de sincero escudriñamiento del alma nació un ministerio que resultaría en la salvación de miles de almas y que sería acompañado por multitud de señales, maravillas y milagros. Este hombre joven fue el Evangelista T. L. Osborn.
Aunque parezca extraño, concluyendo la campaña, oímos de algunos que dudaron. ¿Por qué habría de escoger Dios a un hombre de tan modesta trayectoria, que poseía un conocimiento tan limitado en la sabiduría de este mundo? Ni tampoco podían comprender el principio mencionado por Pablo en Primera de Corintios 1:26—29, donde dijo: “Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es. A fin de que nadie se jacte en Su presencia”.
Pero, la mayoría creyó y se regocijó. Aunque era físicamente imposible para el evangelista ministrar, aparte de en una manera muy breve para los miles de cuerpos enfermos buscando sanidad, no obstante fue muy notable el número de testimonios maravillosos que resultaron de esa reunión. Y si aquellos que permitieron que la duda entrara a sus mentes no se beneficiaron de la reunión al grado que otros, los muchos que sí creyeron, hasta el día de hoy señalan a esa breve campaña en la ciudad de Portland como una hora de visitación para nunca olvidar.
Pero quizás es el momento para nosotros indagar más acerca de quién es este hombre, William Branham. ¿De dónde se origina? ¿Cómo fue la manera de su visitación especial de parte de Dios y su comisión para sanar a los enfermos? Enfocaremos la atención del lector en las respuestas de estas preguntas.
William Branham Un Hombre Enviado De Dios |
0 comentarios:
Publicar un comentario