lunes, 17 de marzo de 2014

Biografía Del Ministerio Del Profeta Del Tiempo Del Fín 5


 William Branham Un Hombre Enviado De Dios


  Capítulo 3  Sufrimientos y Pobreza en el Hogar Branham
A menudo ha parecido estar dentro de la sabiduría de Dios, que Sus vasos escogidos hayan sido ordenados a vivir sus vidas tempranas en circunstancias de sufrimiento, y en algunos casos pobreza extrema. Algunas veces se les ha permitido probar profundamente de la copa de la tristeza. Nadie sabe como sentir por otro en tribulación o aflicción a no ser que él mismo haya pasado por pruebas similares. Rara vez ha sido el caso que aquellos que han recibido un llamamiento extraordinario de Dios han sido criados en hogares de ricos, o han venido de familias aristocráticas. El Salvador mismo tuvo un pesebre como cuna. El día octavo, tiempo para El ser circuncidado, la familia podía difícilmente costear tórtolas para el sacrificio, las cuales eran ofrecidas solamente si los padres eran demasiado pobres para comprar un cordero. (Levítico 12:8) Críticos durante el ministerio de Cristo cuestionaron la autoridad de Su precursor, Juan el Bautista, por aparecer en tan rudo atuendo, y su predicación era ruda, careciendo de lo pulido y del estilo de las escuelas eclesiásticas de aprendizaje en su día. Pero Jesús dijo de Juan que ninguno nacido de mujer era mayor que él. Y El les preguntó de una manera muy directa: “O ¿qué salisteis a ver? ¿A un hombre cubierto de vestiduras delicadas? He aquí, los que llevan vestiduras delicadas, en las casas de los reyes están”. En otras palabras el Señor les estaba mostrando que ellos no debían buscar que profetas de la estatura de Juan surgieran de un medioambiente donde habían sido mimados y resguardados de las presiones de la vida. Humildad y firmeza de carácter se desarrollan mejor entre la dura vida que resulta de los sufrimientos y la pobreza. Pero ahora debemos permitirle al Hermano Branham contar algo acerca de su hogar, sus días como niño, y la lucha de su padre contra la pobreza.

* * * * *
Yo era algo así como un muchacho de papá—Cuando yo veía esos grandes músculos a medida que él se enrollaba la manga, yo decía: “¡Oh qué cosa! Papá vivirá hasta los cien años”. Mi padre tenía músculos grandes, por haber rodado troncos en el bosque. A mí me parecía que él jamás pudiera morir. Pero él apenas tenía cincuenta y dos años, sin canas y de cabello crespo cuando su preciosa cabeza estuvo sobre mis hombros y Dios se lo llevó a casa.Yo he visto a papá venir del trabajo del bosque, tan quemado por el sol que mamá tomaba tijeras y le cortaba la camisa de la espalda. El trabajaba duro por setenta y cinco centavos al día para darnos a nosotros el sustento. Yo amaba a mi padre, a pesar de que él bebía. Muchas veces él me dio mi reprensión, pero nunca recibí una a no ser que ya necesitaba de otra. El guardaba los Diez Mandamientos en la pared con una rama de nogal encima. Cuando me portaba mal, recibía mi educación allá donde se guardaba la leña. Sin embargo, yo amé a mi padre. Años más tarde él le entregó su corazón a Cristo y fue salvo apenas unas horas antes de él morir en mis brazos. 
POBREZA EN EL HOGAR
 Yo recuerdo como papá tenía que trabajar para pagar las cuentas. No hay desgracia en ser pobre, pero a veces es difícil. Recuerdo que yo no tenía la ropa adecuada para la escuela. Yo asistí todo un año sin siquiera una camisa que ponerme. Había una mujer rica que me regaló un abrigo con el emblema de marinero en un brazo. Yo me abotonaba hasta el cuello y hacía tanto calor. La maestra decía: “William”. Yo respondía, “Sí señora”. “Pues, ¿por qué no te quitas ese abrigo”? Pero no podía; yo no tenía camisa. Así que yo le mentí y dije: “Tengo frío”. Ella me dijo: “Muy bien, siéntate allá junto al fuego”. Y yo me sentaba allí mientras que el sudor me rodaba. Ella entonces dijo: “¿Aún no te has calentado”? Yo tenía que decir: “No señora”.Pues, era muy difícil. Los dedos de mis pies salían de mis zapatos como las cabezas de las tortugas. Entonces un poco más adelante conseguí una camisa.Les contaré la clase de camisa que era. Era un vestido de niña que le pertenecía originalmente a mi prima, y tenía bastante bordado. Yo le corté la falda, y después me la puse, me hubieran visto el paso con el que caminé a la escuela. Entonces los niños comenzaron a burlarse de mí, y dije: “¿Por qué se burlan de mí”? Ellos dijeron: “Tienes puesto un vestido de niña”. De nuevo yo tuve que decir otra mentira. Yo dije: “No es así; este es mi traje de indio”. Pero ellos no me creyeron, y me fui llorando.Había un muchacho que vivía cerca de nosotros, el cual vendía esas pequeñas revistas el EXPLORADOR. Por hacer esto, a él le dieron como premio el uniforme de un Boy Scout. Vaya, cuánto me gustaba ese uniforme. Entonces era en tiempo de guerra y en aquellos días todos los que eran suficientemente grandes andaban en uniforme. Yo siempre quise ser un soldado. En ese tiempo yo era demasiado pequeño. Aun en esta última guerra no tuve la suficiente estatura para ir. Yo tengo cuatro hermanos que sí fueron. Pero, como sea, Dios me ha dado un uniforme —la armadura de Dios— para así poder salir a pelear contra la enfermedad y las aflicciones que tienen a la gente atada.Pero cuánto admiraba ese uniforme de Scout, con su sombrero y las polainas. Yo dije: “Lloyd, cuándo desgastes ese uniforme ¿me lo regalas”? El dijo: “Seguro, te lo regalaré, Billy”. Pero vaya, ese uniforme duró más que cualquier otra cosa que jamás había visto. Me parecía como que él nunca desgastaría esa cosa. Entonces ya no lo vi por un tiempo y fui a él y le dije: “Lloyd, ¿qué hiciste con el uniforme de Boy Scout”? El dijo: “Billy, buscaré por la casa para ver si puedo encontrarlo”. Pero al buscarlo halló que su madre lo había cortado para remiendos en la ropa de su padre. El vino y me dijo: “No pude encontrar sino una polaina”. Yo dije: “Tráeme eso”. Así que me la llevé a casa y me la puse. Tenía una cuerda para apretarla, y me la apreté, y pensé que era un verdadero soldado. Yo quería llevarla a la escuela y no sabía exactamente cómo hacerlo. Entonces pretendí que se me había lastimado una pierna y así me puse esa polaina como si me estuviera protegiendo la pierna lastimada. Pero ya en la escuela la maestra me envió a la pizarra. Procuré esconder la pierna que no tenía polaina, y los niños todos comenzaron a reírse de mí. Yo empecé a llorar y la maestra me envió a casa.Recuerdo cuando salíamos en la antigua carreta jalada a caballo, como dos veces por mes, a pagar la cuenta de los abarrotes. El bodeguero nos regalaba algunos palitos de golosina. Nosotros, todos sentados allí sobre cobijas, no quitábamos la mirada de esas golosinas cuando papá las traía, y cada ojito azul vigilaba cuidadosamente para asegurarse que la golosina fuera repartida exactamente igual, que cada uno recibiera la cantidad correcta. Yo podría salir esta misma tarde y comprarme toda una caja entera de chocolates, pero nunca sabría igual a como sabían esas golosinas. Esos eran verdaderos confites. A veces lamía un pedazo, luego lo envolvía en papel y lo guardaba en el bolsillo. Me esperaba como para el lunes y entonces le daba otra lamida por un rato. Mis hermanos para entonces ya se habían comido sus golosinas, y también querían lamer de mi golosina. A veces yo hacía negocio con ellos y los dejaba lamer un par de veces, si prometían ayudarme con las labores. 
William Branham Un Hombre Enviado De Dios




















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